domingo, 11 de mayo de 2008

Poesia Africana


A los inmigrantes, huérfanos de la Tierra.



Objeto. Medio. Negocio. Para.
Sólo manos. Herramienta. Sirviente.
Ni una especie, ni siquiera protegida.
Sin nombre, políticamente correcto
o incorrecto, porque no existes.

Eres nadie, el ausente.
Ente incontable en los registros del día
donde se cuanta la existencia,
más sí factor de estadísticas
para las economías, las del otro.
El que te niega el papel como a los perros,
los callejeros, que los que viajan en avión
ya llevan pasaporte.
El que te arroja a aguas sin derechos,
pues el océano no sabe de ciudadanías,
sólo de hombres rotos y de peces y de algas
y barcas de papel mordidas por las olas...

A veces la muerte es tan diminuta a los ojos ciegos
de los corazones fríos, que se hace amante del olvido,
hasta la más absurda y remediable para los saciados.

Pero si nos vienen con el sol cada día,
marea a marea,
miles de hombres sin rostro, y mujeres y niños muertos algunos,
y el resto sin nombre inundando las ciudades grises,
miles, hasta estallarnos en la cara,
tantos, hasta hacerse lo invisible innegable,
entonces…

La triste vergüenza, sólo.

Colgar a gritos etiquetas.
Conceder la existencia por un número.
Regalar un nombre biensonanate,
para poder llamar, y que venga,
a aquel que cose zapatos,
y se dobla en la fábrica, y arranca el carbón
y recoge el tomate, y el viento,
el sin nombre conocido, al menos hasta ahora,
y al que barre la calle llena de sobras.
Dar entrada en estadísticas de población activa,
dejando al tiempo, en el fondo más oscuro
otras manos, miles, sumergidas.
Y dar asistencia sanitaria,
que no mueran en las calles,
que es feo y no nos infecten.
Y que los niños raros puedan ir a la escuela,
para que mañana entiendan bien,
y sean obedientes, y se comporten,
cuando le des las instrucciones
para la limpieza de la casa
y te prepare a tu gusto la ropa,
y me acueste al niño cenado y bañado
y quite el pañal al abuelo...

Falsos bautizos. Sólo nombres,
huecos, que no reconocen al hombre,
tan sólo y ni siquiera eso.

En este cementerio marino, la triste vergüenza.
Sólo es posible parir inútiles palabras,
absurdas y tan necesarias para poder dormir,
escondiendo bajo la cama, mullida,
y en lindos sueños de angelitos negros,
las vidas ajenas que no duelen,
negadas, reconocidas sólo para ser fruto ajeno.
Palabras para no oír que el amor está ausente,
acallado, e intentar seguir viviendo,
repitiendo caminos como peces muertos.

Millones de pactos tácitos hicieron el mar de la mentira,
donde sólo es posible respirar en islas de olvido
y sobre la sangre de ellos.


Nayra Pérez Hernández (3 de junio de 2005)

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