lunes, 8 de marzo de 2010

Un sueño de Gabriel Cusac para Bejar



El tipo agazapado soñó una noche de marzo con una ciudad distinta, un Béjar bullente, festivo y lleno de colores como un cuadro naif. Fue tan extraño -él que siempre soñaba en blanco y negro, y rara vez con su ciudad- como hermoso. En el sueño, sobrevolaba la ciudad de punta a punta, como un pájaro, y , deslumbrado, como recuperando una infantil capacidad de sorpresa, sentía que era incapaz de encajar en su plenitud tantas maravillas. Había llegado del sur, por Los Peñasquillos, justo cuando emprendía su deleitoso trayecto El Expreso del Oeste, un tren de época, rehabilitado para uso turístico, que unía Béjar y Plasencia. El soñador comprobó que la muralla, definitivamente pública y libre de las casas y los casetuchos que antes la empleaban como socorrida pared, acogía un paseo peatonal, desde el parque de La Antigua hasta su último tramo en Ronda de Viriato. A la sombra de la Puerta del Pico, un guía, vestido de Hombre de Musgo, contaba a su grupo la leyenda del ardid cristiano. Y ya sobre la muralla, supliendo a los moros míticos, un ejército de visitantes se asomaba entre las almenas, señalando el horizonte gozoso o acercándole a través de la magia de los tomavistas. Debajo, otro paseo, entre jardines e hitado de bancos, discurría en pararelo al medieval cinturón de piedra. Este paseo era poblado por un variopinto paisanaje: familias con niños, ancianos, ciclistas... Y no únicamente en la solana asomada al Valle de las Huertas. Por la parte del río aún había más animación. El Cuerpo de Hombre bajaba limpio -ya subsanada la estafa institucional de la canalización incompleta de los desagües-, rico de peces y con sus riberas adecentadas para el ocio. Varias tirolinas enlazaban la ladera norte con una nave, reaprovechada al efecto, de la soberbia fábrica de García y Cascón. Largas colas de gente serpenteaban en las distintas estaciones de embarque, aguardando con ansiedad su despeñamiento controlado. Pero la vista no sabía a dónde dirigirse. En la ocasión parecía celebrarse un festival de deportes de riesgo. Un audaz Spiderman trepaba por la gran chimenea fabril, con sus más de 5o metros de altura transformados en singularísimo escalódromo. Y desde la Pesquera de los Ladrones hasta el Puente de don Paco se había establecido un minicircuito de rafting; descendían, raudas, varias lanchas neumáticas. Tal era la algazara, tanto el movimiento y la vida, y tan marcado el contraste con la soledad común y lo estremecedor del paisaje, que la escena global, suma de infinitud de personajes y de situaciones, parecía un capricho bosquiano, una versión moderna, saneada de detalles cruentos, del Jardín de las Delicias.
Él volaba como soñaba. ¡Qué lejos quedaba el tipo agazapado!
Remontando, aéreo, el Paseo de las Fábricas, se acercó hasta la Plaza Mayor. Los munícipes gobernantes, a pesar de su condición política, habían rectificado su error, olvidándose de construir un Parador en el desangelado y ventoso páramo de La Cerrallana, tan extramuros, para ubicarlo con acierto en el Palacio Ducal, ya despojado de su incongruente función como instituto. La plaza respiraba como antaño, cuando era el verdadero centro cívico, el ágora bejarano y bejaraní, el mentidero. Un mercadillo de intercambio monopolizaba la amplia explanada inferior. En la superior, varias compañías de títeres ensimismaban a los pequeños. Ambas explanadas ocultaban un parking subterráneo; pero también, bajo el mismo palacio, como un ingrediente turístico más, se había despejado la red de túneles que antaño lo horadaban, con el atractivo añadido de que allí se localizaba el Museo del Terror, pleno de referencias literarias y cinematográficas, cuyo originalidad temática hacía que fuera uno de los museos más visitados de España (en especial, dada su perfección, eran muy célebres los tableaux vivants, que recreaban episodios de algunos cuentos poeianos). La cámara oscura del torreón se sumaba a la feliz oferta. No sin antes deternerse en la contemplación del jardín colgante que cubría con espectacularidad la verticalidad del muro septentrional de la plaza -y simultáneamente comprobando, gracias a la magia onírica, que la carta del Parador recomendaba calderillo y truchas del Cuerpo de Hombre- el soñador tomó como guía la Calle Mayor, advirtiendo con complacencia que el casco histórico, gracias a un ambicioso plan de recuperación, ya no agonizaba. Muchas casas habían adquirido la titularidad municipal, y, reformadas a la postre por el ayuntamiento, revertieron al pueblo a través de una fórmula idónea: la renta baja. Otros municipios del país tomaron el ejemplo bejarano como modelo, y ningún paisano parecía recordar ya el nefasto año de las lluvias, cuando la ciudad vieja se desmigaba en un conspirativo trance de ruina.
Volaba como soñaba, y soñaba que el tañido unánime de todas las campanas eclesiales volaba con él, un carillón inaugural y dichoso que le empujaba a ensayar acrobacias a lo Juan Salvador Gaviota. Eufórico, imparable, casi rozó los columpios del gigantesco parque infantil construido frente al Colegio Filiberto Villalobos, atravesó el parque de La Corredera como un cohete; rasante, mojó sus brazos en la bien remozada Aliseda, y, cuando quiso darse cuenta, ya sobrevolaba el capricho de El Bosque. La finca, por fin desembarazada de las morosas fases de rehabilitación y de las vomitivas luchas partidistas que la habían tomado como rehén, conformaba un espacio idílico. El palacete acogía un Centro de Interpretación del Renacimiento, muy completo en tapices y mobiliario de la época. Incluso el director del Centro, un tal don José Muñoz -quien siempre tenía en boca la Hypnerotomachia Poliphili-, supeditaba la dignidad de su cargo al disfraz, semejando -con sus botas de cordobán, su sombrero emplumado, las calzas y la camisa acuchilladas, la cabeza emergiéndole de una aparatosa gorguera- el fantasma de un duque empeñado en seguir habitando sus antiguas estancias.
No sólo el Centro y su erudito director remitían al Renacimiento; todo en El Bosque estaba pensado para ello: las carrozas, ribeteadas de oropeles, que pululaban por la alameda, llevando y trayendo visitantes; las barcas del estanque, encabezadas de mascarones mitológicos; los madrigales de Palestrina que, desde el templete, interpretaban un tenor y una soprano; todos los empleados, como don José Muñoz, vestidos al uso renacentista.
El Bosque era otro. Los jardines habían sido reformados, incorporando un diseño geométrico y prolongándose en la primitiva huerta; grupos de jinetes recorrían la mata y, por la puerta del monte, emprendían el camino hasta la Garganta del Oso; la casa del bosquero albergaba una tienda de recuerdos; las cuadras habían mudado en restaurante; una escultura de Venus, por suerte, reinaba en la Fuente de la Rotonda, donde antes se erguía el vulgar monolito fálico de la primera rehabilitación; la Fuente de la Sábana, a pleno rendimiento, era un festival acuático, y el
Prado Bajo, surcado por senderos de piedra, se salpicaba de cenadores.
No se cansaba de planear sobre El Bosque; tenía la sensación de disfrutar cada segundo. Pero la noche llegó de pronto, súbita como una avalancha de oscuridad. A lo lejos, la chimenea de los antiguos Tintes y la de la también extinta fábrica de Rodriguez Bruno, gracias a la iluminación artística, se convirtieron en faros de un país dunsaniano. Sonó el despertador.
Desde la ventana, el tipo agazapado contempló aquella ciudad desarraigada que no era ni cacereña, ni abulense, ni salmantina. Aquella ciudad deprimida y llena de complejos, a pesar de estar enclavada en un edén natural. Aquella Comala de vivos. El tipo agazapado soltó un "bah" áspero y se separó de la ventana.

6 comentarios:

Paco Alonso dijo...

Excelente historia la que nos acercas en este día.

Gracias por compartir.

Cálido abrazo.

SILVIA dijo...

Si es que este Cusac nuestro... tiene arte el jodío. y tu una generosidad enorme cielo. Gracias por compartir. Un besazo!!!

Gabriel Cusac dijo...

Gracias por publicar el sueño del tipo agazapado, Mayca.

Pepiyo dijo...

Este Gabriel al parecer ¿trabaja!!!???en los jardines de la ciudad estrecha ¿qué fuma? Porque estos sueños tan blandengues contrastan bastante con otras manifestaciones suyas en algún otro blog :
"Nada cambiará si no nos replanteamos los fundamentos de la riqueza. Ahora que los pobres estamos pagando la crisis provocada por la avaricia de los ricos, quizá pueda verse más claro. No somos más que lacayos de un sistema capitalista brutal, que expolia los recursos naturales y humanos de cada país en favor de unos pocos. Ese gremio de hijos de puta que hemos dado en llamar "casta política" lo sabe muy bien, pero ellos ya se han subido al carro; ganan incluso más cuando salen de su púlpito, como "consejeros" de tal o cual gran empresa (esto ya lo sabían los descamisados Felipe González, Miguel Boyer, etc). Llamadme leninista, chavista, antisistema, extremista, radical o lo que os apetezca: creo que sería necesario comenzar la higienización política nacionalizando la banca y las grandes empresas energéticas. A partir de aquí, ya veríamos. Aunque ahora la mayoría de la gente pensará que la solución es votar al PP, como si el cambio de títeres preocupara al marionetista."
Y abunda en el mismo lugar:
"Ójala tuviera la respuesta a estas preguntas, "hermano lobo". Siempre he desconfiado de los mesías y de los mensajes mesiánicos, pero quizá la solución tenga que venir de un heroe, de un espíritu puro y valiente que entienda la política como servir a los demás (y no servirse de los demás)y se deje la piel por recuperar el significado de la palabra democracia. Un redentor, en definitiva. Ahora bien, tal como está el patio, me parece que tenemos difícil el "advenimiento": la corrupción política es la variante más visible de la corrupción social. Estamos podridos. Digo yo."

Y yo continúo:
Alguien que pide un redentor para que solucione los problemas ¿No esta pidiendo la vuelta al régimen anterior? A los caudillos hay muchos que también les llaman redentores.
¡ Ese plumero, Gabri, qué se te ve!
Perdón por comentar estos últimos apartados aquí, pero es que al leer lo del sueño no he podido por menos.

Gabriel Cusac dijo...

Bueno, Pepiyo, por alusiones:
1-Creo que el pensamiento crítico no está reñido con la imaginación.
2-Me parece que Franco hizo todo lo contrario a "dejarse la piel por recuperar el significado de la palabra democracia". Lee bien, antes de adivinar "plumeros". Además, te voy a contar una anécdota, de regalo. Cuando nací, mis padres no eran católicos; su religión estaba perseguida. Pero se vieron obligados a bautizarme, porque el acta de bautismo era requisito indispensable para la inscripción en el registro civil. Pasó en tiempos de Franco.
3-Confía un poquito más en la democracia y en la libertad de expresión, y no lances tus puyas desde el anonimato. En mi pueblo, a eso se le llama "tirar la piedra y esconder la mano", y se atribuye a los cobardes.

Marina dijo...

Miedo me da todo esto...pero como dijo el poeta...."Y los sueños, sueños son"

Me encanta tu cabecera. (la de tu blog)

Besos guapa.