
El rumor de las almas no llega al oído del guardia del fuego
Rompe en el cristal que nos separa, encarcelándonos en lo invisible
La queja de las palomas no llega hasta las grutas
Sino se esfuma en el mutismo del espacio.
No hay color para el sufrimiento
No hay color para la esperanza
El cielo absorbe los rezos como un útero
como un teléfono público en un barrio ruidoso
La voz gime
se balancea sobre una frágil cuerda
no lo oyen ni los santos ni los ángeles ni los perros
adormecidos en el umbral de los establos
que protegen a los lobos de la carne de los corderos
El mediodía arde
y la aurora duele como una pared áspera, como
el pastor de las cumbres perdidas en la altitud
Ninguna esperanza