miércoles, 22 de abril de 2020

El infinito en un junco. Irene Vallejo



Mañana es el día del libro. He acabado de leer uno, para mí fascinante, que me ha reconciliado con el mundo clásico que tenía olvidado. Un libro que es muchas cosas, es un ensayo,  un libro narrativo, histórico, que cuenta anécdotas, que contiene crítica y, a veces, sarcasmo mordaz, que ensalza gente común como escribientes, bibliotecarios, libreros y destrona emperadores y escritores encumbrados cuando admiten críticas, pero además, es mucho más que eso, son vivencias personales de la autora contadas de tal forma que las convierte en nuestras... también es una absoluta dislocación atemporal trayendo a nuestro mundo actual el mundo clásico como si fuera vanguardia y al contrario... También es una guía muy recomendable de lectura de autores que sintonizan con el mundo del libro y el tremendo amor que denota Irene Vallejo por ellos, también, gran cinéfila,  Irene siempre nos aconseja películas que son indicio o hacen un guiño al tema antigüedad clásica, librerías, bibliotecas y personaje históricos que dieron la vida por el conocimiento y el amor a los libros. Un libro sobre la historia de los libros.

Mañana os daré el enlace a El infinito en un Junco para que leáis la sinopsis y os termine de enganchar su lectura.

Os dejo aquí un aperitivo delicioso de lo que os vais a encontrar:

Y, sin embargo, desde tiempos remotos las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera. Cuando era niña, mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas, y no por casualidad. A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar en la noche la memoria de los cuentos. Han sido las tejedoras de relatos y retales. Durante siglos han devanado historias al mismo tiempo que hacían girar la rueca o manejaban la lanzadera del telar. Ellas fueron las primeras en plasmar el universo como malla y como redes. Anudaban sus alegrías, ilusiones, angustias, terrores y creencias más íntimas. Teñían de colores la monotonía. Entrelazaban verbos, lana, adjetivos y seda. Por eso textos y tejidos comparten tantas palabras: la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de una historia, el desenlace de la narración; devanarse los sesos, bordar un discurso, hilar fino, urdir una intriga. Por eso los viejos mitos nos hablan de la tela de Penélope, de las túnicas de Nausícaa, de los bordados de Aracne, del hilo de Ariadna, de la hebra de la vida que hilaban las moiras, del lienzo de los destinos que cosían las nortas, del tapiz mágico de Sherezade.

Ahora mi madre y yo susurramos las historias de la noche en los oídos de mi hijo. Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaban los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto; nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz.

No hay comentarios: